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Cristina Armental

El derecho a la imagen en la era de la IA

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Introducción

Cuando la identidad se vuelve replicable

Hoy, la imagen personal ya no es solo una cuestión de privacidad o vanidad. Es un activo vulnerable, replicable y, en muchos casos, manipulable por tecnologías avanzadas. Con una simple fotografía, una inteligencia artificial puede generar videos hiperrealistas, audios falsos o avatares digitales que imitan con inquietante precisión el rostro, la voz o los gestos de una persona. Esto plantea una pregunta fundamental: ¿quién tiene derecho sobre tu cuerpo, tu cara y tu voz cuando pueden ser recreados digitalmente?

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El auge de los deepfakes y las réplicas no consentidas

Los deepfakes han pasado de ser una novedad técnica a convertirse en una amenaza concreta. Desde contenidos pornográficos con rostros falsificados hasta videos políticos creados para desinformar, el uso indebido de la imagen personal se ha vuelto más sofisticado y accesible. Estas prácticas, además de difamatorias o fraudulentas, tocan un aspecto sensible: la apropiación de la identidad. A diferencia del robo de datos, aquí se trata del uso de lo más reconocible y único de una persona -su imagen- sin permiso.

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El derecho a parecerse a uno mismo

Hasta hace poco, las leyes de derechos de autor y privacidad no estaban preparadas para enfrentar este fenómeno. Pero algunos países comienzan a reaccionar. Dinamarca, por ejemplo, anunció una reforma legal para otorgar a sus ciudadanos derechos explícitos sobre su imagen, voz y rasgos faciales, incluso si son generados artificialmente. Esto permitiría exigir la eliminación de contenido falso de las plataformas, y contempla multas para quienes no respeten estos derechos. No se trata solo de proteger a celebridades: cualquier persona puede ser víctima de una falsificación digital.

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Entre la libertad creativa y el consentimiento


El debate se mueve en una línea delicada entre la protección individual y la libertad de expresión. La parodia, la sátira o el arte experimental pueden quedar excluidos de estas restricciones, pero el consentimiento sigue siendo el eje. Imitar a alguien, incluso con fines no comerciales, puede causar daños reputacionales, emocionales o legales. Por eso, se empieza a hablar de "derecho a la identidad digital" como una extensión de los derechos humanos clásicos. El desafío está en cómo equilibrar innovación tecnológica con integridad personal.

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Controlar la imagen es controlar el relato


La posibilidad de recrear identidades sin limitaciones abre una nueva dimensión del poder digital. No solo se falsifican hechos: se falsifican presencias. En este nuevo escenario, proteger el derecho a la propia imagen es también proteger la narrativa de quiénes somos. La legislación apenas comienza a adaptarse, pero el cambio cultural ya está en marcha. Porque cuando tu rostro, tu voz o tu cuerpo pueden ser apropiados, defender tu imagen no es un gesto simbólico: es un acto de autonomía.

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